Por Jessica Mesa Duarte

Soy la locura más cuerda de estos tiempos, la eternidad en un instante resguardada, los granos del cristal dulce abarrotado en mis almacenes, mezcla de poesía y música, y colores, y sueños, y destinos recorridos ya muchas veces por esta memoria de café y henequén, la ensoñación de una utopía convertida en tres siglos de vida.

Soy el niño aquel en cuya sangre explota la rumba, soy arpegios de los danzones que describen mi nombre, adagios desprovistos de olvidos y pesadumbres. En mi nombre se escuchan los despertares de las musas, sobre mi cuerpo habitan los delirios de lo desconocido, la ensoñación de lo deseado, el clamor devenido fuerza y despertar.

El sonido de la dicha de los dioses se escucha sobre la piel de mis puentes, en la inmensidad de las aguas que me circundan y atrapan en un eterno embeleso, en el empedernido silencio que hoy no es más que el recuerdo malogrado de quien fui y ya nunca más seré.

Nací a la vera de dos ríos de aguas serpenteantes, crecí a la sombra de una ceiba plantada e impetuosa y me resguardé durante las noches en el suave olor a salitre que se impregna en aquellos muros al otro lado de la bahía.

Me reconozco en el crujir de los coches sobre el adoquín descubierto, en los susurros de las olas que golpean los senderos prometidos de mis costas, en los pasos murmurantes de los fantasmas que habitan mis estrechas calles del siglo XIX.

Mi historia está escrita en los poemas que me golpean las sienes con excesos de misterios, los del idilio romántico, los de la Patria agradecida, los que me rinden honores, los de ayer y los de siempre.

Pero, mi historia es también la de aquellos que echaron al mar y tomaron la justicia por sus manos, seres que sucumbieron ante las barbaries de una cultura avasalladora, hasta entonces desconocida, lejana.

Mi estirpe es una mezcla del sudor y el plasma de unos corceles negros desarraigados, sin crines y sin sueños; en mi frente se dibujan sus destinos, las transgresiones cometidas contra los esclavizados hombres que encontraron refugio solo en la inmensidad de sus religiones y en el canto de unos tambores donde tallaron sus miedos y despechos.

Bebí de la rebeldía de mis hijos sin nombre, los de antes y los de ahora. Con la sangre de sus heridas tejí mis propios silencios, susurré promesas, entablé indecibles pactos con los deseos humanos y fui fiel a los dictámenes divinos. Luego se fueron apagando mis ilusiones de niña feliz, sucumbí ante los trastazos del tiempo, fui soltando amarras y quedé a la deriva de las incertidumbres…hasta ahora.

Hoy despierto en las mañanas con el calor del sol inundando cada centímetro de la extensión de mi cuerpo, mis candiles se encienden como mis renovadas plazas al anochecer, mi espíritu hierve cuando observo detenidamente los añejos edificios, abandonados por tantos años y ahora tan llenos de vida.

Mis pesares de amor se rinden ante la plegaria de un cantar enamorado y me seduce el erotismo de un dolor acompasado debajo el seno izquierdo. Todavía me estremezco ante las lágrimas emocionadas de quienes me creyeron perdida, de los que a duras penas confiaron en este resurgir tardío pero siempre bienvenido, los que me reconocen aun cuando se han borrado las arrugas físicas y las heridas del alma.

Soy de las novias la más bella, vestida de nuevas galas llego a mi cumpleaños 325, sin insufladas lentejuelas, sin el alarido vulgar de las parafernalias. Solo me enaltece el brillo conquistado luego de años de sombras.

Mi voz es una declaración de albores y crepúsculos, de silencios y aplausos, de restallar de cueros y cantares celestiales. Todo eso y más conforman esta suerte de alma renacentista y moderna, esplendorosa y única. No puedo simular otras verdades ajenas a las mías, no soy capaz de negar las luces que hoy abrazan a mi incierto destino.

Los presagios que acompañan a mi nombre quedaron en el camino porque en mi alma hoy ya no hay lugar para las incertidumbres sórdidas. Tengo lo que merezco al fin: un futuro lúcido preñado de buenos augurios y

Bellamar me llaman, Atenas me gritan, Venecia en esta tierra y Yucayo gentil me han bautizado, Ciudad de Ríos y Puentes, de Poetas y Locos. Pero, no puedo desconocer los orígenes: Matanzas es mi nombre, el nombre de la rebeldía, el nombre de una urbe que siente despertar cada tramo de su cuerpo, una ciudad que, 3258 años después de su nacimiento vuelve a la vida para reafirmarse como la Atenas de Cuba, la ciudad que le faltaba al mundo.