Por Jessica Mesa Duarte

Manzanillero de cuna, el periodista, escritor y editor Norge Céspedes llegó a Matanzas en la década de los años noventa.

Matanzas tiene una peculiaridad y es que dados sus atractivos hay muchas personas de otros territorios han llegado aquí y han echado raíces, al punto de que han aprendido a valorarla y promoverla en toda su magnitud, defenderla y amarla.

Desde que pisó esta tierra por primera vez quedó prendado de sus encantos naturales, de su gente y sus encantadores misterios.

 

“Independientemente de que estoy arraigado en el lugar donde nací y siento nostalgia de él, he llegado a asumir esta como mi ciudad. Algo que admiro es que, a diferencia de otras, sigue siendo acogedora, permite caminarla de un lado a otro, pasear por sus calles rectas, encontrarte con las personas que conoces.

“Lo que más me enamora de ella es una cualidad que advertí gracias a un amigo: desde cualquier sitio de Matanzas al alzar la vista te encuentras con la bahía. Eso es fascinante.”

También aprecia lo que, en su opinión, constituyen símbolos culturales de la ciudad que lo adoptó como su hijo. “Hay mucha gente que no nació aquí y, no obstante, se piensa en ellos como si fueran matanceros por lo tanto que le han aportado a la ciudad y el amor que le profesan. Puedo mencionar a Alfredo Zaldívar y Rubén Darío Salazar.”

Es que Matanzas ejerce una fuerte atracción sobre las personas que han encontrado destino en sus calles. Muchos de ellos echaron raíces y quedaron impregnados, para siempre, del intenso encanto de esta urbe de ríos y puentes.